5/4/08

Los amigos del Cementerio General del Sur...

Adentrarse por las calles del Cementerio General del Sur, es redescubrir una parte importante de la idiosincrasia del venezolano. Plagadas de historias desde 1876, cuando fue inaugurado, las veredas que conducen a las tumbas, algunas centenarias, dejan ver el paso de los años. La anarquía, el descuido y la falta de planificación dejan una huella que costara borrar.
Los domingos, especialmente ciertas tumbas, aquellas donde están enterrados los “espíritus buenos”, reciben la visita intermitente de agradecidas almas a quienes la fe las conduce hasta la última morada del objeto de su gratitud.
En esas tumbas el orden anárquico de las ofrendas resalta a simple vista: placas y objetos de cualquier especie son colocados en el piso, encaramados sobre las lápidas, a un costado y al otro, en cualquier huequito o espacio disponible. Hay “ánimas buenas” que responden a cualquier necesidad. Para conseguir casa, apartamento, carros y cualquier cosa material es bueno rezarle a Victorio Ponce. Si el problema es pasar esa “dificilísima” prueba de finales o reparación, nada mejor que invocar a María Francia. Ahora, si se encuentra en medio de un litigio, el difunto abogado Mario Ortega es la clave y cuando de familiares presos se trata, con “Ismaelito” es la cosa.

El alarife de Curiepe.
La señora Carmen tiene mucho tiempo visitando la tumba de Victorio Ponce, un albañil nativo de Curiepe fallecido en 1880.
“Me lo recomendaron como un ánima buena, por eso le pido”, dice la humilde mujer, quien asegura que gracias a la intercesión de Victorio Ponce y a su fe, ha visto como su sencilla casa ha cambiado. “Poco a poco la he ido arreglando, está bellísima. Siempre que me falta algo por arreglar vengo para acá”. Doña Carmen puso techo nuevo, acomodó el frente de su vivienda y a los baños les hizo un “cariñito”, ahora le falta el techo de uno de los cuartos de su casa en Catia. La morada del maestro de obra barloventeño, quien participó en la construcción del Teatro Caracas, es pequeña, pero sus milagros son tantos que las promesas dejadas por sus fieles ya no caben en el reducido espacio y han invadido el árbol al costado de su tumba. Figuras de casas, carros y otros objetos cuelgan de las ramas como ofrendas. Ciento dieciséis años después de su muerte, cada año los devotos conmemoran su desaparición física con una fiesta que incluye tortas, pasapalos, tambores y mariachis. Todo pagado con la contribución de sus fieles. Por su puesto, en la rumbita se reparte la oración de Victorio Ponce.

Aposento azul.
Un inmenso nicho que guarda una imagen juvenil se destaca por encima de las incontables camisas azules en la tumba de María “Lulú” Francia. María Francia es el “ánima buena” de los estudiantes.
“Ella estudiaba en la Universidad Central; se murió en 1890 picada por una culebra, aunque otros dicen que falleció producto de una enfermedad”, relata Carmen Yolanda Torres, quien tiene 24 años cuidando la tumba. “Yo casi repetía el año porque me dijeron de un día para otro que tenía que reparar cinco materias, pero me encomendé a ella, le prometí mi uniforme y vine a pagarle la promesa, ya que pasé todas las materias”, comenta Gabriela, una recién graduada bachiller en ciencias. Como testigos de sus favores allí reposan placas, franelas, cuadernos, tesis de grado, lápices y morrales.

Un pana que cumple.
Se llamaba Ismael Sánchez, era de Carapita y murió de forma violenta. Las figuras que adornan su nicho llaman la atención: efigies humanas con anteojos oscuros y pistolas en la cintura. El sitio de “Ismaelito” es visitado con frecuencia por antisociales que salen de la cárcel, para agradecer la libertad. “Lo que he escuchado es que era un malandro, pero la gente le pone ofrendas porque los ayuda con problemas de salud y de trabajo”, comenta un visitante. Y es que tras las rejas, algunos presos han generado un rito y le piden para que los ayude a salir pronto
Cada vez que llega un entierro de un delincuente, afirma Hernán Ravelo, trabajador del cementerio, la corte “malandra” se desvía y va hasta la tumba de Ismaelito para rezarle. Pero su morada es usada también para ciertos trabajitos de brujería.

En busca de justicia.
Desde 1999 la tumba del Dr. Mario Ortega recibe cada año una placa de agradecimiento de parte de Dridley, un estudiante de derecho, según comenta Ravelo. El abogado, que falleció en 1952, ejercía la rama penal y ahora después de muchos años, el sitio se ha hecho famoso y es objeto de colocación de ofrendas como la de William Ojeda, por la publicación del libro “Cuánto vale un juez”. La familia del Dr. Ortega se sorprende, pero siempre agradece el interés en su deudo, ya que el nicho se mantiene limpio y bien cuidado. “La gente ha creado el mito de que el Dr. Ortega ayuda a la gente presa o con problemas legales, siempre tiene flores y lo visitan casi a diario”, comenta el empleado del cementerio.

El joven “Martincito”.
Muy cerca de la entrada principal del Cementerio General del Sur, una tumba recibe la curiosidad de los transeúntes. Los que se acercan, oyen decir a su cuidador que “Martincito” era un muchacho que murió a los 18 años. Y hasta allí acuden a pedirle favores de todo tipo: estudio, salud, dinero. Prueba de ello son un montón de placas, colocadas desordenadamente, en señal de gratitud a Martín de Jesús Falkenhagen. Como dice el refrán: la fé mueve montañas
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